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#AmnistíaParaEllas: las mujeres privadas de la libertad por delitos de drogas
Alrededor del mundo, los delitos relacionados con drogas se encuentran entre las primeras causas de encarcelamiento de mujeres y México no es una excepción: los delitos de drogas representan la primera causa de ingreso a prisión de mujeres por delitos federales y la segunda por el fuero común; en el primer supuesto predomina el delito de transporte y, en el segundo, el de posesión. Tan solo entre 2014 y 2016, las mujeres que han ingresado a prisión en el sistema penitenciario estatal por delitos contra la salud han incrementado del 103.3 %.[1]
Los procesos de involucramiento de las mujeres en delitos de drogas, así como su criminalización, están profundamente entrelazados con los siguientes fenómenos:
a) La persistencia de relaciones de género asimétricas que permean la configuración de las organizaciones criminales – machistas y jerarquizadas – y el uso de las mujeres como sujetos desechables, básicamente “contenedores humanos” de drogas;
b) La feminización de la pobreza;
c) La violencia contra las mujeres –y la tolerancia e impunidad que frente a ella persiste, incluso en el sistema de justicia –;
d) La penetración del narcotráfico y de la delincuencia organizada como opciones de empleo ilegal frente a un Estado a menudo incapaz de alcanzar a los estratos más excluidos de la sociedad; y
e) El impacto del actual marco de las políticas de drogas, específicamente el uso de la prisión preventiva y de penas desproporcionales que no toman en cuenta las condiciones de involucramiento y los modos de participación de las mujeres en estos delitos.
Las mujeres son criminalizadas en cuanto usuarias, transportistas y vendedoras al menudeo bajo un marco punitivo que requiere cambios urgentes; pero también son discriminadas por ser mujeres que franquean espacios públicos todavía dominados por lógicas y poderes machistas.
Atrás de las puertas de las cárceles de México se encierran historias de miles de mujeres que han sufrido violencia, que han vivido en la pobreza y que, por necesidad, como estrategia para enfrentar las adversidades que las han acompañado desde la infancia, se han involucrado directa o indirectamente –generalmente por conducto de la pareja– en actividades relacionadas con las drogas.